Si alguna canción fue la estrella de provocando llantos desconsolados en las inevitables despedidas, fue esta. Mi vinilo luce cicatrices de mil batallas.
Pero sobre todo, guarda la imagen de una conversación de miradas (solo posible entre quinceañeros) mantenida, mientras bailábamos, una chiquilla de Toronto que no sabia nada de español y un adolescente torpe y desmanejado que no tenia ni idea de la lengua de Shakespeare.
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