Lorenzo Bringheli
Entre colgadores de trajes y bañadores, mirando el precio en la etiqueta de un famélico maniquí, sujetando con una mano una niña de gesto gruñón y una bolsa de El Corte Inglés, ayer, te vi.
Tras de mi, reflejada en el espejo a las espaldas de una cajera maquillada como si fuera Noche Vieja y que se esforzaba en que el regalo de cumpleaños para mi mujer cupiera sin delatar el contenido en una caja de color verde, vi los rasgos inconfundibles de tu cara. Aquellos que, hace tanto tiempo, tanto amé.
Le dije a la muchacha que me guardase la compra que volvería a recogerlo en unos instantes y, cuando tras de ti, a penas a un metro iba a pronunciar tu nombre, otra voz lo hizo.
L..., ya está bien, coño, que vamos a llegar tarde.
Ya, ya voy. - dijiste.
Y la silueta de aquel cuerpo que tanto desee, tras rozar mi brazo y sin levantar la cabeza para mirarme, se perdió entre montones de ropa siguiendo a aquel desconocido...
Recogí el paquete y salí a la calle silbando nuestra canción.
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