Cesar Fernández Navarro - Las lavanderas
Todas las tardes, ¡ay, mi Marifé!
baja usted al río a lavar,
qué pena, óigame usted,
que no la pueda querer.
Yo a usted la miro con gran devoción,
y me mira usted a mí
con los ojitos en llamas,
arde su almita también.
Usted tiene esposo y cuatro churumbeles
y yo hace años que casé;
qué triste es la vida, triste y traicionera,
fui de pesca y no pesqué.
Un día de estos no me aguantaré
y le prometo bajar;
si usted me da su licencia
algo se podrá arreglar.
Si a sus comadres pudiera evitar
hágamelo usted saber,
que mañana mismo bajo
de su cántaro a beber.
¡Ay, Marifé!
ya puede ver,
buena la hemos armado.
Penas de amor,
mala cuestión,
más si estás amarrado.
Si mañana la puedo ver
y la puedo al fin abrazar,
no pase pena ni temor
que de amor la voy a colmar.
Todas las tardes, ¡ay, mi Marifé!
baja usted al río a lavar.
Yo a usted la miro con gran devoción,
mal no mira usted a mí.
Todas las tardes, ¡ay, mi Marifé!
baja usted al río a lavar.
Si usted me deja, yo la ayudaré,
pondremos la ropa a secar.
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