Harry Holland
Una palidez aún más blanca
Nos saltamos el suave fandango,
Y dimos volteretas por el suelo.
Yo me sentía un poco mareado,
pero la multitud pedía más.
La habitación retumbaba con más fuerza
mientras el techo huía por el cielo.
Pedimos otra ronda
y el camarero trajo una bandeja.
Y así fue que más tarde,
oyendo el cuento aquél del molinero,
la cara de ella,
vagamente espectral en un principio,
cobró una palidez aún más blanca.
No hay ninguna razón, dijo ella entonces,
la verdad se distingue fácilmente
—mas yo perdí la vista entre mis cartas
y no iba a permitir que ella estuviera
entre las dieciséis castas vestales
que habrían de partir hacia la costa;
y aunque iba con los ojos bien abiertos,
me hubiera dado igual caminar ciego.
Me dijo: Estoy en casa
de vacaciones, lejos de la mar,
aunque en verdad surcábamos las olas,
así que la cogí por el espejo
y la obligué a aceptarlo
diciendo Debes ser esa sirena
que se llevó a Neptuno de paseo
—pero me sonrió tan tristemente
que mi rabia murió en ese momento.
Si la música es cebo del amor,
la risa habrá de ser su soberana
y pues delante va lo que hay detrás,
la suciedad resulta inmaculada.
Mi boca, por entonces de cartón,
cruzaba, resbalando, mi cabeza;
así que de repente nos hundimos
buceando con límpida avidez
hasta alcanzar el lecho submarino.
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